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sábado, 5 de diciembre de 2015

Marta

Londres se ha convertido en una ciudad de emigrantes desde hace tiempo; sin embargo, en los últimos años se ha notado un boom, especialmente de jóvenes españoles que no han tenido otra opción que dejar familias y amigos para buscar alguna salida en esta gran ciudad. Vinieron buscando suerte y se toparon con la necesidad de huir, casi por segunda vez. Marta es una de ellas, una joven demasiado delgada, tal vez también demasiado blanca. 

¿Quién iba a decir que el activo y fiestero Camden estaría en silencio en estos momentos? Lo único que se escuchaba por aquellas solitarias calles eran los golpecitos de los zapatos de Marta corriendo ligeramente por el suelo, rebotando por las paredes de los callejones y agitando el tembloroso corazón de la pobre joven, aterrada por el escandaloso crepitar de sus propios pasos, y de su sombra, que la obligaban a dejar su rastro.

Con cierta agilidad, no se demora en la gran cantidad de bolsas, cajas y ropa que encuentra a su paso en grandes montañas. Salta una tras otra y sube firmemente las vallas que bloquean las callejuelas para acercarse al corazón, a lo que antiguamente fueron los antiguos establos y que hasta hace poco se recordaban con preciosas oscuras estatuas de caballos y herreros escondidos entre las fascinantes tiendas custodiadas por puertas de madera, puertas que fueron en un día lejano cárcel para poderosos caballos.

Marta llegó finalmente a uno de aquellos corredores de puertas, cerradas casi todas, y entró en una como quien se entrega a la noche y a la luna negra. El chasquido de la puerta cerrándose tras ella fue lo último que las piedras del suelo y las paredes del distrito de Camden escucharon por ese día, un Camden que había cerrado también sus últimas puertas a la vida, refugiándose en la muerte.

Marta sacó un mechero del bolsillo de su chaqueta y encendió la llama. Caminando despacio, se concentró para mantener firme el pulgar, presionando la pequeña cajita metálica al tiempo que sentía arder su uña con mayor intensidad por cada medio segundo que pasaba. Poco a poco sus ojos se fueron adaptando a la penumbra y consiguió llegar al fondo de la habitación sin tropezar. Tocó la pared y guardó el mechero. A continuación, con ambas manos, palpó cada centímetro de la pared hasta que, con gran alegría, sintió el frío de un marco rectangular y lo levantó hacia ella cuidadosamente. Sosteniendo el marco con una sola mano, dirigió la otra hacia el lugar de donde había despegado el marco. Una sonrisa se dibujó en su ardiente rostro al sentir la palanca en el agujero de la pared y la empujó con fuerza. Un leve crujido llegó del suelo y Marta se apresuró a colocar el marco en su sitio. Se enderezó y contó tres pasos hacia la izquierda hasta toparse con una mesa que no hace mucho tiempo atrás todavía llevaba cuentas y envolvía piezas. Se agachó debajo de la mesa y levantó una pequeña puerta. Las bisagras rechinaron. 

Con rápidos y breves espasmos por su cuerpo, Marta volvió a sacar el mechero, con mayor torpeza, y lo encendió hacia el agujero de la puertecilla, con lo que pudo ver unos pequeños escalones. Guardó el mechero por segunda vez, se sentó y metió los pies en el agujero, pisando cuidadosamente cada escalón y descendiendo. Una vez dentro, cerró la pequeña puerta y bajó escalones durante aproximadamente cinco minutos. Al llegar al suelo, palpó la pared un buen rato hasta encontrar una pequeña antorcha que encendió enseguida con el calor del mechero.

Finalmente sus ojos pudieron ver con claridad el lugar en el que se encontraba, las escaleras la habían dejado frente a una sucia pared de donde había descolgado la antorcha, y de esa pared se abría un pasillo a cada lado. El de la derecha soplaba un tenue viento, mientras que del de la izquierda se alcanzaba a oír el eco de un goteo en algún charco solitario.


viernes, 27 de noviembre de 2015

Invasión

No hay águilas en Londres. Y a pesar de ello yo vuelo por encima de la ciudad cada mañana, retando al hielo que se esconde entre las plumas de mis alas. Al menos me alegro de que en este aire tan frío no quede sitio para piojos.

Desde el día en que llegué, las noches se han hecho para mí más cortas aunque amanezca a las siete y a las cuatro de la tarde ya se esté haciendo de noche. Tengo que confesar que soy muy celoso, de mi cuerpo, pues nacía rey del cielo, y de mi espacio. Y es que por las noches cuatro helicópteros vigilan la ciudad, ya sea despierta, ya sea dormida. Así, frente a mi instinto natural, no puedo evitar tener al menos un ojo abierto o cacarear ridículamente como vulgar gallina al ver a alguno de esos espías sobre mi cabeza. Pero no estoy aquí para hablar de la noche, la pobre está ya demasiado manoseada. Y el día, aunque escaso y pobre, es más caro en este invierno gris y encapotado.

Cuando los ataques entraron a las Islas Británicas, la ciudad se convirtió en un caos. Londres, capital del Reino Unido, creía que estaría a salvo y que al final todos la protegerían, pero un cuerpo infiltrado penetró en la ciudad blindada y lo primero que tomó fueron los aeropuertos.
La media consiguió emitir la alarma en el último momento y algunos londinenses huyeron al tranquilo countryside, donde por ahora sus tradiciones no habían llamado la atención de los invasores. 
Unos pocos han permanecido escondidos en Londres, no sé si esperando a la muerte o a algún héroe de ficción. El túnel Londres-París sigue operativo, pero tan siquiera el intento de acercarse te asegura la muerte instantánea.
Lo más inquietante es que la mayoría de londinenses desaparecieron dejando tan solo una pequeña sombra en el suelo, testigos mudos por haberles arrancado la voz y tal vez incluso la vida.

¿Quiénes son los invasores? Nadie los ha visto, ni siquiera yo. Se dice que no se vive para contarlo una vez que tus ojos son capaces de observarlos, solo se ve la muerte que dejan a su paso.



miércoles, 18 de marzo de 2015

Dulces caprichos

Los altos precios de la ciudad cosmopolita de Londres dificultan que uno pueda consentirse con caprichos; sin embargo, alguno de vez en cuando no hace daño a nadie.

Cookies. Al volver a Londres, tras el periodo vacacional de Navidad, me di cuenta de que había extrañado muchísimo una cosa de Londres: las cookies, unas galletas grandes horneadas con alguna clase de magia de varios sabores. Mis favoritas son las típicas de chocolate con leche. De esta manera, pasé mis primeras dos semanas devorando cookies casi a diario. La mayoría de veces las compré de un supermercado en el que además las pusieron en oferta. Normalmente un paquete tiene 3 o 5 galletas, dependiendo de la marca; sin embargo, de vez en cuando me doy el lujo de visitar Ben's Cookies, donde las galletas son más grandes, recién horneadas y tan solo con el olor te derrites. Estas se venden por peso, pero aproximadamente cada una sale a 2.50 libras.

Mooncakes. Caminando por el Barrio Chino, cerca de Picadilly Circus, me llamó la atención ver casi escondido entre los llamativos tonos rojizos de los restaurantes, una pequeña vitrina con pasteles decorados de la manera menos exótica y oriental posible. Pasteles envueltos en crema de diferentes colores que me recordaban a las pastelerías tradicionales que durante mi niñez disfruté en México. Empujada por esta curiosidad de haber encontrado algo tan familiar en aquel lugar, entramos. 
La tienda era pequeña y en su interior lo que más me llamó la atención fueron unas pequeñas repisas de pan de sabores dulces y salados. Nunca he estado en China, pero mi intuición me dice que en su repostería no se incluyen panes tan occidentales como los que allí vi. Aún así, decidimos comprar algunos de esos panecillos. "¡4 por 3!", nos dijo la dependienta.
En un pequeño rincón encontré finalmente lo que habría esperado encontrar en un barrio chino: ¡mooncakes de múltiples sabores! No pude resistir la tentación de comprar uno aunque fuera pequeño (1.80 libras). 

Describir el sabor no es una pregunta que puedo resolver: tiene apariencia de plastilina y su interior está relleno de una pasta parecida al dulce de membrillo.

Cupcakes. El capricho de hoy ha sido un cupcake de los carritos azules de Lola's cupcakes que pueden encontrarse por toda la ciudad. Esta pequeña empresa vende tanto cupcakes de tamaño normal (2.95), como minicupcakes (2 x 3.10) que se comen en un bocado, o de gota en gota por los románticos empedernidos de los cupcakes como yo.

Son mi debilidad, tanto por su increíble sabor con frosting a base de queso crema, como por lo bonitos que son. Incluso la caja bonita y cuadrada en la que te los entregan me enamora. Definitivamente, si pudiera casarme con un postre, ¡me casaría con un cupcake!

martes, 3 de marzo de 2015

El incendio de Londres

Fuimos al Museo de Londres para aprender un poco de historia sobre la ciudad en la que vivimos y de la que desde un principio sabíamos realmente poco. La verdad es que llamarse "Museo de Londres" es muy poco original pero precioso a la hora de denominar su contenido, pues narra y muestra desde el Londres prehistórico hasta el Londres de la actualidad, e incluso escenarios futuros en imágenes desconcertantes. 

Es imposible mencionar en esta reseña el contenido completo del museo, pero destacaré tan solo uno de los desastres que más ha marcado a Londres: el incendio de 1666. 

Cuando los londinenses se estaban terminando de recuperar tras la terrible epidemia de la Peste Negra, a alguien se le olvidó dejar un horno encendido por la noche. En ese entonces Londres tenía casi todos sus edificios construidos de madera, y la suciedad y desastre propios de la Edad Media inundaban sus calles. Con esto, el fuego se propagó rápidamente. Voraz, arrasó con casi toda la ciudad con su foco en el centro activo de Londres, lo que hoy en día es conocido como La City (of London). El incendio se prolongó durante 5 días en los que familias enteras de diversas clases perdieron todo y pasaron a convertirse en indigentes en los días posteriores al incendio. Actualmente Londres tiene, para rememorar este drástico acontecimiento, una columna gigante coronada por una llama dorada a la que llaman "The Monument". 

Como no podía faltar, hubo quienes se aprovecharon de la situación y, en vez de ayudar, encontraron la oportunidad para robar bienes de las casas o hubo quienes cobraban desorbitados precios en la renta de carros con los que la gente pudiera escapar; sin embargo, también hubo héroes. 

La Catedral de Saint Paul, símbolo emblemático de Londres y esperanza de sus habitantes, estalló a pesar de que la creyeran indestructible por tener sus muros hechos de piedra. Así, todos los libros y la mujer que se refugiaron en su interior murieron abrasados.

Esto explica, entre otras cosas, la razón por la que se llama The City of London cuando el Parlamento se encuentra bastante más lejos de este lugar. Además, de que siendo este el centro más importante de la ciudad, parece anacrónico observar que todos (salvo muy puntuales excepciones) los edificios son altas cristaleras modernas. Mucho sufrió esta parte de la ciudad, pues también sería víctima de la II Guerra Mundial, que ahora es el centro financiero de Europa.

El incendio fue un acontecimiento importante para Londres, a pesar de haber ocurrido durante la Edad Media que parece tan lejana y que; sin embargo, se respira su presencia en la ciudad cuando se camina por la orilla del Támesis. Hay constantes alusiones a esta tragedia por toda la ciudad, me imagino que habrá sido bastante traumático ver a una ciudad grande caer y llevarse consigo toda tu vida. Algo que me suena bastante familiar hoy en día con los refugiados de Siria.

jueves, 26 de febrero de 2015

Museo de Charles Dickens

Hace unos días visité el Museo de Charles Dickens. Básicamente se trata de una casa-museo como muchas, en donde se intenta preservar de manera casi 'intacta' la casa y la vida que llevaba nuestro escritor; sin embargo, a diferencia de otras casa-museo que he visitado, la de Charles Dickens consigue plasmar la esencia, identidad y presencia del escritor entre las habitaciones. Para mí fue un descubrimiento puesto que no solamente vi unos muebles preciosos, como suelen tener esta clase de museos, sino que además pude sentir a Dickens y comprender sus obras de una manera más completa.

La casa consta de 5 pisos de los cuales 2 forman el sótano y el ático destinados a los sirvientes y a los que Dickens probablemente nunca entró, como era la costumbre en la época; y 3 pisos dedicados a él y a su familia. 

El 'ground floor' es un espacio que muestra la vida pública victoriana en donde lo más destacable es el comedor, que es una obra de arte destinada a los invitados que solía tener.

El primer piso es sumamente interesante en lo que respecta a Dickens en su profesión como escritor, pues encontramos su Estudio, donde entre libros escribió algunas de sus obras más importantes como Oliver Twist, y el Drawing Room, una habitación en la que Dickens aunaba su literatura y su recepción, lo cual es digno de estudio y observación. En aquellos días, Dickens invitaba a amigos a esta habitación y les leía sus obras llegando incluso a representar sus personajes. 

Finalmente, el segundo piso muestra los dormitorios, uno de los cuales era el dormitorio matrimonial de Charles Dickens y Catherine Hogarth. Después de tener 10 hijos juntos, la pareja se separó.  Lo que logra transmitir mayoritariamente este piso es esta ruptura, dedicando incluso un rincón exclusivo de objetos relacionados con ella, como por ejemplo un anillo de serpiente que Catherine regaló a su hermana Georgina años después de la muerte del escritor como símbolo de su traición por haberla abandonado.

El museo quiso, además, dedicar el ático de la casa, que anteriormente había sido los dormitorios de los sirvientes y la guardería, a la vida pasada de Dickens, una vida que mantuvo en secreto excepto a su esposa y a sus lectores de manera indirecta, una vida que le llevó a conocer de primera mano la pobreza y las condiciones insalubres de la ciudad de Londres que después nos transmite en sus obras. Tras el encarcelamiento de su padre por deudas, la familia desciende notablemente su estado de vida y Charles Dickens tiene que trabajar en una fábrica a los 12 años.

Reitero nuevamente el buen trabajo del museo que es capaz de mostrar un interior y un exterior del escritor, además de que en cada una de las habitaciones (excepto las de los sirvientes) se distribuyeron unos pequeños libros en los que se lee 'Read Me' (Léeme), dos palabras en las que se encarna al escritor en cada habitación, logrando así plasmar esa tentación que supone un libro para un escritor, una curiosidad irrefrenable que intenta ocultarse entre la portada y contraportada que le sirven de cascarón.

Altamente recomendable si te das una vuelta por Londres, especialmente si has leído alguna de sus obras.