Un trozo de algodón sintético desgastado, desperdiciado. Un trapo viejo fuera de lugar. En eso me convertí el día en que llegaste con otros pantalones negros; más nuevos, más altos, más brillantes... más negros. De un entallado atrevido, abusivo y cínico, y de un olor tan penetrante a tinte corriente inconfundible que costaba creer que fuera verdad, pero los preferiste a mí.
Si al menos algún día me hubieras mirado así, con ojos de deseo; pero sé que me desprecias y que siempre lo hiciste, que el destello de ilusión que nos unió en la tienda solo fue una esperanza a los pocos días extinguida. Sé que tan solo fui tu obligación al decoro y me sentías como un yugo inútil que aprisionaba tus piernas, esas piernas tuyas que siempre han querido correr y ni acelerar las dejas.
Te fui fiel, siempre lo fui pese a tu desprecio. Nunca me descosí ni te reclamé nada, jamás amenacé con soltarte y avergonzarte por no usar cinturón. Aún así siempre me viste débil por noble.
Esta nobleza que desprecias es la que me deja a día de hoy respirando pelusas en el rincón en el que me olvidaste un día. Te grito y no me oyes, y las pelusas se acumulan en mi tuba.