Arbustos, encinas, hierbas secas...
Todo seco y espinoso a mi derredor, mientras mi falda deja al descubierto la piel de mi andar, confiando firmemente en que ninguna ramita filosa se atreva a rozarme, al verlas tan solo capaces de mirar de cerca el caminito sinuoso y asfaltado en un amargo naranja por el que caminan mis pies, desnudos. Unos bonitos faros victorianos iluminan el camino, lo cual me permite ver con claridad las intenciones de sus sensuales ondas, mas no el final al que deparan aquellas largas peligrosas. La luz de esos faros es lo único que discierne entre los claros y marcados espacios de la luz por la que deambulo y la densa oscuridad que inunda el resto del campo, una luz tenue que se ha atrevido a cortar el velo de esta noche que hoy sobrevive sin luna.
Me molesta tanto silencio, me parece ruidoso, irritante, vacío y agobiante, y tiene el poder para hacer eternidad cualquier segundo de mi tiempo.
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