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jueves, 19 de mayo de 2016

En una botella

Se me achica el corazón y quisiera meterlo en una botella.
En una botella de cristal, quizás, de la que no pudieran escaparse las lágrimas... ni los recuerdos.

Llegué a este navío sin timón ni ancla que pudiera ofrecer al mar,
llegué en un día nublado y extrañé los días dorados de mi tierra natal.
Y así, temblorosa y al mismo tiempo deseosa de ver en mis ojos los retos soñados,
encontré a tantas mujeres,
resplandecientes como el sol,
tan bellas como la luna.

No sé si fueron sus sonrisas las que me cautivaron,
quizá alguno de sus pensamientos dorados.
No sé si sería la admiración de aquellas manos,
fuertes como la tierra de la que nace el roble tan esperado.

Quizá fueron aquellos ojos valientes,
quizá las lágrimas ardientes,
o quizá sus voces de amor aprisionado.

Y la verdad es que las palabras se me quedan cortas para pintar aquellas almas,
porque no me basta el rosa con el que seduce la sonrisa de Sandra,
ni el color azul supera a Bertha en sus tan divertidas gracias.

Quisiera pintarlas verdes,
o de algún color alegre para cantar la música de Ariana,
de algún rojizo quebradizo que pintara la fortaleza de Jara.

Quizá para mi buena amiga Karol tomaría prestado el cobre de sus ojos dulces,
quizá un poco de brillo para ver sonreír de Sole sus pequeñas ilusiones,
y por qué no también un corte de elegancia para las cenas al despuntar el Alba.

He aprendido muchas cosas y todas me las llevo a una nueva vida,
una vida sin ver a ninguna y sin embargo de pensarlas una a una.

Se me achica el corazón con todos estos recuerdos,
y ojalá, quizá en un futuro cercano, tantos colores se reúnan otra vez,
pues el cielo no es lo suficientemente bonito si no presume de naranjas, azules y rosas.

Prometo que el día de hoy meteré a Londres en una botella,
en una botella de cristal, quizás, de la que no puedan escaparse las lágrimas... ni los recuerdos.

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