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martes, 19 de febrero de 2019

Sueño con ser y no soy

El iris de tus ojos me preguntó alguna vez quién era yo. Entonces no supe qué responder, porque sabía quién había sido, pero no quién quería ser.

Fui la sonrisa infinita, la mirada limpia, la aventura, la imaginación hambrienta.

Al tiempo, me convertí en la voz seca y muda del desierto. En el amor receloso, el corazón anhelante. La cobardía, la mentira, el miedo palpitante. Tú me encontraste.

En un beso, me devolviste la voz y me miraste con el atardecer más bello. Así me miraste. Me regalaste la sonrisa infinita que me habían robado, me abrazaste. Y te fuiste, silencioso, para no despertarme.

¿Quién soy? Si siendo yo misma sueño con ser y no soy, prefiero ser lo que quieras de mí. Soy, pues, la niña de tus ojos, la rosa viva de tus manos. Soy tu sonrisa, tu beso. Tu silencio.

Y en este silencio en el que me has dejado, el andamiaje de mis anhelos tallan lo que un rascacielos. A veces las cadenas de mis miedos se hacen pesadas. Las heridas, profundas. Me aterra que pueda tragarme esta tierra maldita mientras duermo y no despertar jamás. ¿Dónde estás?

Aquí espero tu regreso, una señal que satisfaga mis sueños. Aquí espero, mientras tanto, sueño ser lo que no soy.


miércoles, 16 de enero de 2019

Soneto Fail

Este es el primer intento de soneto que hago en mi vida. Después de una semana trabajando en él, mi amigo poeta me hizo percatarme de que todos los versos estaban mal acentuados. Y es que el soneto, una de las composiciones poéticas más complejas, no solo deben de ser catorce versos endecasílabos con rimas muy específicas, sino que además deben seguir unas reglas de acentuación concretas. Por ejemplo, un soneto enfático es aquel cuyos acentos se sitúan en las 1ª, 6ª y 10ª sílabas.

Puesto que este blog no discrimina entre éxitos y fracasos, publicaré también, con todo mi dolor, mi trabajo desperdiciado. Pido disculpas de antemano.

Por reírme del pequeño Cupido
su punta dorada clavó en mi pecho
que en breves por Dafne quedó deshecho
y ante sus pies me descubrí tendido.

Mas tuvo que ser un amor fallido
que no quiso ser nunca satisfecho
porque por su odio quedé maltrecho
y sufrí un amor no correspondido.

Al roce de la yema de mis dedos
tus largos cabellos se tornan hojas
y me sumes en profunda tristeza.

¡Qué desgracia! ¡Qué esquivos mis deseos!
Pues al viento tú, laurel, te deshojas
y reprocho tu ausencia a mi torpeza.

lunes, 7 de enero de 2019

El tiempo en el monte


Qué tienen las encinas de Boadilla que me recuerdan tanto al paso del tiempo.




Desde hace un tiempo te has convertido en el santuario al que vengo a pensar. Siempre fuiste importante. Tus árboles me vieron crecer y escucharon las conversaciones más profundas que definirían mi existencia entera. Pero hoy ya no eres el contexto, sino mi confidente.

A ti remito, santuario de sabiduría. A que mi alma guste del silencio de tus hojas. A ti recurro, a tu soledad, cuando mis oídos se hartan de la ciudad. Tu tierra me conoce, en mi debilidad y en mi fortaleza. Tus sombras acogen mis alegrías y mis tristezas. Y tu cálido aroma me tranquiliza.

A tus puertas, me despojas de trajes de etiqueta, y ante cualquier aire de grandeza, me desnudas.


Al cruzar caminos con esas familias de bicis y carritos, conviertes mi paseo en un viaje en el tiempo en el que observo a dos niñas corretear por el campo.

No puedo mentirte, el simple recuerdo que evoca el crujir de las ramas me llena de impulso, de la adrenalina saboreada antaño, y tengo que hacer un esfuerzo para no salir corriendo hacia ninguna parte. Libre.

Y tú quisieras sentirme libre, pero con decepción observas que ya no corro.

Aquel día en que me dijeron que Peter Pan dejaría de visitarme, aprendí a caminar. A veces me sorprendes con un conejo para recordarme que se acerca mi hora. Pero nunca lo sigo. Prefiero esperar mi ineludible destino con la paciencia de un mártir que unirme al enemigo.

Y aunque estoy dispuesta a no renunciar a la libertad, ser la única en las filas de la resistencia no es tan divertido. Me queda guardarme mi libertad en una sonrisa traviesa, como la de aquellos niños que siempre tienen un plan, a la espera de la oportunidad perfecta para soltarlo.

Te prometo que un día me verás otra vez correr. Y que después de correr, aprenderé a volar sobre tus encinas cobrizas, al sol del atardecer. Mientras tanto, caminemos pacientes, a que llegue nuestra hora.