---Segunda parte, continuación del 16 de marzo---
Para sorpresa de ella, Jaime aceptó que era momento de conocerse presencialmente sin demasiada dificultad, e incluso escribía con palabras de entusiasmo; sin embargo, mientras que ella habría preferido verlo tan pronto como al día siguiente, él se negó y sólo aceptó que se vieran el 23 de marzo, 3 semanas después de lo que ella habría esperado. Día a día la impaciencia le comía las uñas y demasiadas veces habían sido ya las que ella le había preguntado el porqué de un día tan específico y no cualquier otro.
- Así será como realmente nos tendríamos que haber conocido - respondía él siempre.
Finalmente, el 23 de marzo llegó y ella no podía sofocar los fuertes latidos de su corazón que la agitaban desde la madrugada. Jaime le había dado una dirección que ella tuvo que buscar en Internet para saber cómo llegar, y con alegría averiguó que un autobús la podía dejar en la entrada.
Calle de los Mártires nº 2, 12 A
Así, sin demasiado esfuerzo, el autobús la dejó en una calle silenciosa y tan sola que parecía que estuviera abandonada. La aplicación de su móvil le indicaba que había llegado a su destino, pero lo que veía delante de ella no cuadraba con sus expectativas de encontrar alguna especie de edificio o construcción. Lo que había delante de ella era más bien un parque enorme de árboles muy altos. Entró y buscó la señal 12 A. Su cabeza no dejaba de bombardearla con ideas absurdas de sorpresas, secretos y misterios o de alguna broma siniestra.
- 12 - leyó, y se detuvo. Se metió por el estrello pasillo que anunciaba el pequeño letrero y, tras un largo camino de más árboles, encontró una primera entrada señalizada con la letra "A". Dentro, una cruz de madera podrida, agujereada y corroída presidía la escena. Entre el desorden, una gran losa cuarteada se sujetaba al suelo con una frondosa mata de hierbas secas. Tras una fina capa de polvo, se podían vislumbrar unas letras. Con curiosidad, se acercó a leerlas.
Un nubarrón atravesó su mente y llenó su boca con aguas de tristeza al ver el nombre "Jaime González Pérez" escrito en piedra. Con cierta dificultad motora acercó un poco más sus temblorosas piernas delgadas, y con mayor lentitud de la deseada limpió un poco el polvo de la losa.
Encendió la pantalla de su teléfono móvil y buscó el perfil de su amigo. Un escalofrío recorrió toda su columna vertebral de abajo a arriba y erizó en punta los pelos de sus brazos y su nuca.
"Jaime y tú son amigos desde el 23 de marzo de 2015", decía alegremente la red social, mientras sus ojos, abiertos como platos, leían la misma fecha en la lápida a sus pies.
Tras una larga pausa, la vibración en su mano la despertó un momento y encendió instintivamente la pantalla: "Jaime González Pérez se ha conectado".

