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miércoles, 23 de marzo de 2016

Amistad en la red (2a parte)

---Segunda parte, continuación del 16 de marzo---

Para sorpresa de ella, Jaime aceptó que era momento de conocerse presencialmente sin demasiada dificultad, e incluso escribía con palabras de entusiasmo; sin embargo, mientras que ella habría preferido verlo tan pronto como al día siguiente, él se negó y sólo aceptó que se vieran el 23 de marzo, 3 semanas después de lo que ella habría esperado. Día a día la impaciencia le comía las uñas y demasiadas veces habían sido ya las que ella le había preguntado el porqué de un día tan específico y no cualquier otro.

          - Así será como realmente nos tendríamos que haber conocido - respondía él siempre.

Finalmente, el 23 de marzo llegó y ella no podía sofocar los fuertes latidos de su corazón que la agitaban desde la madrugada. Jaime le había dado una dirección que ella tuvo que buscar en Internet para saber cómo llegar, y con alegría averiguó que un autobús la podía dejar en la entrada.

Calle de los Mártires nº 2, 12 A

Así, sin demasiado esfuerzo, el autobús la dejó en una calle silenciosa y tan sola que parecía que estuviera abandonada. La aplicación de su móvil le indicaba que había llegado a su destino, pero lo que veía delante de ella no cuadraba con sus expectativas de encontrar alguna especie de edificio o construcción. Lo que había delante de ella era más bien un parque enorme de árboles muy altos. Entró y buscó la señal 12 A. Su cabeza no dejaba de bombardearla con ideas absurdas de sorpresas, secretos y misterios o de alguna broma siniestra.

          - 12 - leyó, y se detuvo. Se metió por el estrello pasillo que anunciaba el pequeño letrero y, tras un largo camino de más árboles, encontró una primera entrada señalizada con la letra "A". Dentro, una cruz de madera podrida, agujereada y corroída presidía la escena. Entre el desorden, una gran losa cuarteada se sujetaba al suelo con una frondosa mata de hierbas secas. Tras una fina capa de polvo, se podían vislumbrar unas letras. Con curiosidad, se acercó a leerlas.

Un nubarrón atravesó su mente y llenó su boca con aguas de tristeza al ver el nombre "Jaime González Pérez" escrito en piedra. Con cierta dificultad motora acercó un poco más sus temblorosas piernas delgadas, y con mayor lentitud de la deseada limpió un poco el polvo de la losa.

Encendió la pantalla de su teléfono móvil y buscó el perfil de su amigo. Un escalofrío recorrió toda su columna vertebral de abajo a arriba y erizó en punta los pelos de sus brazos y su nuca.

"Jaime y tú son amigos desde el 23 de marzo de 2015", decía alegremente la red social, mientras sus ojos, abiertos como platos, leían la misma fecha en la lápida a sus pies. 

Tras una larga pausa, la vibración en su mano la despertó un momento y encendió instintivamente la pantalla: "Jaime González Pérez se ha conectado".

miércoles, 16 de marzo de 2016

Amistad en la red

Aquella canción que había cantado y bailado tanto en un pasado lejano le perforaba hoy las sienes con crudeza y no podía evitar sentir ese calor carbonífero de ira levantarse en el interior de su cuerpo hasta su garganta.

Sin delicadeza alguna, dejó caer y deslizar con brusquedad su dedo sobre la pantalla luminosa, tras lo cual la irritante melodía enmudeció. Por un momento olvidó lo que la rodeaba y dejó que su nariz absorbiera la suavidad y ternura de la almohada hundiendo su cabeza en ella. 

Minutos después, los borrones de la noche se habían disipado, y antes de poner pies en tierra se acercó al rectangular espejo negro y lo encendió. Observó con una cosquilla alegre la noticia de haber recibido una petición de amistad en su preferida red social; sin embargo, después de que su pulgar hubiera abierto con gran agilidad la ventana con la notificación, descubrió que aquel pretendiente de amistad era un completo desconocido para ella. Su nombre leía "Jaime González Pérez" y su foto de perfil mostraba tan solo una silueta gris que por defecto recibían todos los usuarios nuevos. Como buena profesional en el tema, indagó en su información de contacto, pero los recuadros en blanco no daban pista alguna sobre aquella identidad. Sin darle mayor importancia ni sopesar la decisión un segundo más, lo aceptó en un click.


Los días pasaron sin respeto al tiempo y las flores empezaron a brotar en los campos, las hojas recubrieron las ramas de los árboles y el sol visitó con mayor frecuencia las calles. Como buena adolescente, decidió enterrar los dramas y amoríos vividos durante el invierno para empezar a vivir otros nuevos más intensos como preparación de cara al verano. Nuevas discusiones con los padres, fiestas y venganzas con las amigas, mariposas verdes con los chicos guapos nuevos... y por supuesto, también algún tipo de responsabilidad mínima en el colegio. Así, después de tantas cosas vividas y por vivir, el primer mensaje le llegó por sorpresa:

            - Hola - le había escrito el tal Jaime González Pérez que ella difícilmente recordaba. Por esta razón, no le pareció mala idea responderle: - ¿Quién eres?
            - Un amigo - se apresuró a decir la silueta gris. Y, sin darse cuenta, aquel desconocido que había callado durante tantos meses se convirtió en pocas semanas en ese amigo que le había prometido en aquella respuesta.

Ella había preferido no insistir demasiado en pedirle información para desvelar la incógnita de su identidad, pues él parecía tener siempre una buena excusa para negársela y ella terminó aceptando el reto de mantener un secreto, un reto de imaginar mil posibles rostros a su amigo desconocido. 

Siempre estaba conectado para ella, para que pudiera contarle sus alegrías y sus penas. Muchas veces mantuvo conversaciones de madrugada contándole sus intimidades más ocultas, haciendo que cada día creciera más grande la certeza en ella de que aquella relación jamás terminaría, pues él se había convertido en la persona que más sabía de ella en este mundo. No era tanto una cuestión de haber compartido como de saber que no se puede dejar viva o libre a la persona que ha descubierto todas las entradas a tu talón de Aquiles.


Las hojas se habían secado una a una y el viento las arrastraba por las calles en montón, sin la menor distinción. Y mientras más grises amanecían los días, más tiempo pasaba ella preguntándose sobre el color del brillo de los ojos de Jaime, pero un día con cierta molestia se percató de que lo que ella pensaba que se trataba de una amistad correspondida había sido tan solo una ficción creada por Internet y su cabeza pues, a pesar de que había pasado ya un año, ella sabía tan poco de él como cuando vio por primera vez su nombre. Se propuso entonces, a toda costa, conseguir acordar una cita para ver, cara a cara, a Jaime.


---Continuará el miércoles 23 de marzo---

¿Puedes prever el final?
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miércoles, 9 de marzo de 2016

Ángel de la noche

La oscuridad había cobrado vida e inundaba cada esquina y cada callejón de la pequeña ciudad. No quedaba más que la luz vacilante de un faro, temeroso porque sus compañeros lo habían abandonado; sin embargo, aquella escasa luz solo era capaz de iluminar a ratos intermitentes un círculo en torno a él, leves destellos rozaban apenas pequeños trozos de cristales esparcidos por el chapopote negro. Podían intuirse unas sombras altas, seguramente casas, pero muy poco probable era que albergaran vida de alguna clase; ni en las horas más dormidas la persona más valiente se atrevía a descansar en la garganta cavernosa de la Bestia.

Al siseo tartamudo del solitario faro se unió el crujir de los cristales rotos, el avance de un peso cálido, poco a poco, muy despacio. Incluso en aquella noche sin luna ni estrellas parecía que el cielo emitía desde la lejanía su creciente angustia por ver el rostro de aquellos pasos en la penumbra. 
El foco amarillo, como si escuchara su impaciencia, procuraba estirar su halo de luz, en vano.
Quisieron, después de minutos eternos, mostrarse la punta de unos zapatos negros al borde del círculo ambiguo; sin embargo, se detuvieron ahí, a la orilla, como quien se asoma sin temer al precipicio. Aquellas dos puntas; redondeadas, brillantes, perfectamente boleadas...
Arriba quiso asomar también una punta, la punta de una capucha, también negra.
Muerte, Oscuridad, Oscuro, Hood

¡Ángel de la noche, sombra traicionera, que sin vergüenza te apareces por estos rumbos, pisando las cenizas de tus remordimientos sin atreverte a mostrar tu rostro! No vistas de negro un dolor que no te hiere, tan solo dame un paso más para saber quién eres.

Se ha movido uno de sus pies de manera casi imperceptible y ahora se detiene nuevamente - ¿Quién eres? -

El segundo pie, como si no estuviera unido al resto del cuerpo, se adelanta y penetra en la mancha dorada, cada vez más deforme. Parece más bien que las sombras se hubiesen atrevido a invadir la escasa luz, victoriosas, y que intentaran dibujar una figura humana, cubierto el rostro con la impenetrable capucha, con sus pantalones negros a juego con la chaqueta, las manos en los bolsillos.

Y ante esta visión que se sospecha sueño o ilusión, la luz del faro finalmente se rinde y con un chasquido la noche devoró toda esperanza en tenebrosas tinieblas.

Un olor extraño rodea una atmósfera que se ha hecho pesada. No sabría definir de qué esencia se trata, una mezcolanza de tabaco, jazmín marchito con un leve toque amargo de cerveza rancia. No sabría ponerle un nombre, pero lo siento absorberse por mis fosas nasales, quemar mi garganta, mis pulmones, agitar punzante mi cerebro...punzante...mi cerebro...


Me parece que hoy será un día nublado, y creo que me he quedado dormida. Hace frío, y se escucha el frescor de las gaviotas sobrevolando la calle. Todo se ve tan... borroso. Sigue oliendo a tabaco, pero sospecho que el aire se llevó la cerveza rancia. Siento una tela rugosa y molesta en mi cara, pero a la hora de acercarme la mano para quitarla... no lo entiendo. Mi mano, torpe, no es capaz de encontrar mi cara. Sé que está ahí y la frustración me hace desear arrancarla. Está ahí, cubriendo la mitad de mi cara, tapándome la boca y la nariz también. Quiero pedir ayuda, pero me hace daño hablar, me duele respirar, la tela atrapa mi lengua y la enreda entre espinosos filamentos. Miro mis manos... pero no están, tan solo veo una especia de niebla oscura salir de dos mangas negras...

Me levanto del suelo y camino, sin saber muy bien a donde, por la carretera. Empieza a hacerse de noche. Las calles, como siempre, cada vez más frías, sumidas en silencio. Miro al cielo, hoy tampoco habrá luna. Doy un paso más y escucho el crujir de los cristales, tengo miedo de que me siga aquella sombra, pero no puedo gritar para pedir ayuda. Me acerco a uno de los coches que enmarcan la calle y asomo mi cabeza a un retrovisor para quitarme de una vez tan incómodo bozal. Se hace de noche y difícilmente puedo ver mi rostro, tan solo una niebla oscura cubierta a medias por una media gruesa, al fondo de una capucha negra...
      - ¿Quién eres?

miércoles, 2 de marzo de 2016

Georgina Hogarth



Su rostro, de quien ya ha sufrido los desvaríos del tiempo; con aquellos surcos que daban a esa piel frágil y blanca el aspecto de la cera que chorrea cuando el calor la ha tentado con besar su candidez. Sus ojos, cansados, no sabría decir si sabios, pero sin la chispa del niño ávido de conocer y descubrir la lluvia y el viento, sin el fuego del joven que se atreve a retar a los infiernos y a devorar insaciablemente experiencias y sentimientos. Un brillo, sí, como millones de diminutas estrellas, tan reluciente como el de ciertas lágrimas que se saben felices a pesar de luchar contra amargos remordimientos; con esa mirada aguda de quien ha visto a un Señor del Tiempo y; sin embargo, que ha comprendido que se ha perdido en el lugar de siempre que hoy de pronto se ha vuelto extraño.

Su cabello, que un día fue la envida colorida de tantas fiestas, ahora reluce entre grises y blancos, quebradizo y tembloroso, recogido a duras penas con un austero broche de color negro.

El largo camisón blanco que cubría su cuerpo la hacía verse aún más frágil y la asemejaba a un enfermo. Cualquiera que la viera ahora sola en caserón semejante juraría tratarse de una loca tratando de esconderse en un armario.

De pie, ligera como un fantasma, sostenía un papel de hoja vieja seca, ligeramente amarillenta. Cada letra sentíase acosada por sus ojos temerosos y, sin quererlo, abrazaba la ponzoña de la tinta negra que corría por aquellos versos. Su mano izquierda sujetaba el papel en una piel casi traslúcida de cierto tornasolado azul oscuro; un azul grave, el de la noche; un contraste frente a las piezas redondas de color turquesa que rodeaban su dedo, acariciándolo con apretones, rencores, murmullos de una noche y de un amor poco sincero.

Una historia, una leyenda, un pasado en boca de muchos, una mentira piadosa para asustar a los adultos. Una nube, quizás viajera, una noche bajo el altar de las estrellas, un ancla sin freno destinada a flotar y arrastrar moluscos por las costas de algún 'fin del mundo'.

Su dedo, el de la mano izquierda, parecía que se hinchaba al escuchar un siseo alto y vibrante escapar de las fauces que lo encadenaban. Estrangulaban en un intento homicida lo que años atrás había callado el mundo, y recordado la sangre fraterna.

En un silencio una traición, silenciada también la infancia compartida, y en cambio la melodía errante de una canción de haberse vendido al mejor postor. Y en su vergüenza el hoy le aparecía con nuevo rostro ante la muerte de aquel escritor que, por alguna razón, le había robado la vida y decidido su muerte el día de hoy.
Foto tomada por Karol Bernal Cortés.



[Nota informativa: Georgina Hogarth fue la hermana de Catherine Hogarth, esposa de Charles Dickens. Tras la separación del matrimonio, Georgina decidió quedarse con Dickens en lugar de irse con su hermana. Años después de la muerte de Dickens, Catherine le obsequió a su hermana un anillo de serpiente con piedras azules incrustadas como símbolo de su traición, lo cual ha inspirado este texto. Información tomada del Museo de Charles Dickens, Londres]