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miércoles, 15 de junio de 2016

La poesía perdida

Hastío. Soledad. Frío. Incertidumbre. Vacío.
El alma inhabita y el cuerpo abandonado tirita congelado. Se ha ido sin decir adiós, no hubo un último mirar con compasión. Quizá ni ella misma tenía pensada su partida, partiría en un arranque de ira. Sin más se fue y nunca supe el porqué. ¿Qué es de esta oscuridad que me rodea? Amor vacío, amor sufriente, amor dolido, amor sin nombre.

Un día más, y como siempre, el papel clama su deseo por ser escrito. ¿Qué puedo decirle? Si me quedan solo nubes y borrones de tinta negra. Me ha dejado, sin más, sin ningún atisbo de remordimiento. Y es que sin ella me queda solo escribir cuencos vacíos, hambrientos de una dignidad de la que hoy carezco.

Dime, lector que sufre estas secas palabras, ¿algún día volverá? ¿Se acordará de mí acaso allá donde esté? ¿Recordará nuestros buenos momentos como lo hago yo hoy ahogada en melancolía?

Dime, lector impaciente, ¿qué será de mí? ¿La esperaré para siempre? ¿Seré lo suficientemente valiente? ¿o me venderé con el mejor postor para calmar mi sed?, para colmarme de dichas de cartón pintado.

Me pregunto, lector, si tú te irás también, o si en cambio querrás emprender la búsqueda conmigo.
Si te vas, no te culpo, eres el único que goza de libertad. Si te quedas, compartiremos el último rayo de esperanza como se comparte el último trozo de pan en la mesa.

¿Sabes? Pienso que quizá ella se fue por celos. Lo nuestro, que era un amor compartido, quizá era también un amor prohibido. Pero en cuanto la encuentre le hablaré de gorriones y silencios bellos. Dime tú, lector, qué harás para ayudarme... si es que prometes no dejarme. Quizá en el camino encontremos a las musas que me regalaron a este amor perdido.

miércoles, 8 de junio de 2016

Crisis por un mañana

El ritmo de la lucha por la libertad rema contra la tempestad. Nuestros sueños parecen perder la esperanza y se debaten entre agonizar en la eternidad o morir. Una mirada ardiente de la más dura tiranía empuja nuestros pechos hacia el suelo húmedo de tablones podridos. La sal ya no irrita nuestros ojos, pues han perdido ya la mirada al amor.

En el momento más inoportuno para todos algo sucede en el corazón de este barco y el control parece perderse entre las profundidades de un oscuro mar. Quisiera preguntar a la tempestad dónde quedó el valor que en un pasado aprecié. Quisiera preguntarle dónde perdí este coraje que apretaba mi corazón y mis riñones. 

Pasan los días, pasan los años. En silencio.

Dan las 12 y la ira se levanta contra mí, me levanta del suelo y me aleja de la cobardía. Muchas lágrimas de verdadero ardor derramo hoy con la promesa de secarlas con la vista hacia un mundo mejor. Un mundo dibujado por mí, animado por mí, cuyos árboles se alimenten de la desesperación que hoy siento para después crecer en flores dulces de color.

Hoy amo el día de hoy cuando odié el día de ayer. ¿Qué será del mañana? No lo sé. Esperaré a que sea el hoy quien me lo diga, mas por ahora decidiré no rendirme a los brazos del perverso mar que me arrastra hacia él con mentirijillas de amor turquesa.

Hoy amo la libertad que grita la furia de aquellos hombres que quedaron atrás. Hoy amo el resplandor de aquel susurro, porque brilla con la esperanza de una furia de amor, la furia que levanta al pueblo unido como nunca ante un mismo sueño soñado una noche en una canción antes de que saliera el sol. Y es por el ritmo de esa lucha por la libertad que me tranquiliza saber que un día de estos conoceré al amor que me hizo libre un día como hoy.

miércoles, 1 de junio de 2016

Sin telón

Tuve una vez un sueño en el que dos caretas colgadas del escenario reían a carcajadas. Se acentuaban de un modo grotesco las arrugas que decoraban sus ojos y su boca negra sin dientes. Las dos, unidas por un lazo negro, reían y reían sin parar, y de pronto el patio de butacas estaba lleno de sombras que estallaron en carcajadas también. En escena, un solitario ciervo luciendo una cornamenta espectacular con dos coronas que relucían de un brillante dorado. El inmenso tocado del animal protagonizaba la escena, mientras los dedos acusatorios del público lo acorralaban.

Me parece que pasó una hora, o minutos tal vez. El escenario se quedó totalmente a oscuras pero las carcajadas aún se oían. Un rayo de luz demasiado denso entraba por un cristal viejo, empolvado y grasiento, de un tono verdoso. Se posaba sobre el lomo del rumiante, disolviendo en viento sus astas, transformándolo en cordero.

Sin emitir el menor sonido de queja, la sangre empezó a salir a borbotones, manchando de rojo la lana que hacía un segundo brillaba como la luna brilla en su esplendor. No tardó demasiado en dejarse caer por la debilidad de la sangre perdida. Entonces el público calló y se sumergió en un silencio sepulcral. Las arrugas de las caretas se volvieron tristes, estáticas, mudas. Las lágrimas chorreaban por las cavidades de sus ojos vacíos como la muerte y pregonaban un amor indescifrable tan lejano que se podía sentir la angustia destilar por su aliento macilento.
Aún no exhalaba su último pensamiento cuando la multitud se apresuró a subir al escenario para devorarlo, cual animales.