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jueves, 5 de mayo de 2016

La frontera

A esas horas en las que la noche inunda las calles para esconderse del silencio, soplaba un viento frío y tímido que asustaba a los coyotes.
En estos paisajes tan hostiles se espera que todo habitante, en caso de que los haya, se refugie si lo encuentra la noche y espere con paciencia el amanecer, bajo riesgo de sufrir sentencia de muerte por intentar buscar la libertad en parajes prohibidos.

A aquellas horas por aquellos parajes irrumpió un camión de mercancías que, si bien no era discreto el violento runrún de su motor, intentaba disimular al menos con las luces completamente apagadas, para evitar ser atrapado entre miradas indiscretas uniformadas.

Así, en la mitad de la nada, el conductor apagó el motor y un minuto de silencio se ofreció por la sangre silenciada al sonido del cañón de fantasmas pasados que habían caminado bajo aquella misma noche sin luna.

Se abrieron las puertas traseras del camión de hojalata y empezaron a salir sueños y esperanzas con casi no más equipaje que lo puesto. Solitarios, en parejas o en familias se agruparon y el conductor no les ofreció más ayuda que unas palabras de buena suerte. Desconcertados y desorientados, con la piel de un erizo, se tomaron de la mano y se lanzaron al vacío. La adrenalina sería tal vez lo único que los mantendría vivos.

Pronto se empezaron a escuchar las voces, ladridos de perros y fugaces movimientos de lámparas. No había mucho dónde esconderse. Lo que fue perjuicio para unos fue salvación para otros. Al final, del grupo de diez que había bajado del camión quedaron solo dos, dos que en un par de meses serían tres. La mujer, que se había encariñado con otra madre del camión, le regaló un último vistazo de despedida, una mirada lastimera que prometía acordarse de ella en las nuevas tierras. Y echaron a correr.

Corrieron sin mirar atrás hasta que atrás también dejaron la frontera. ¡Lo habían conseguido! Habían conseguido llegar a la tierra del oro verde, de la libertad y de la felicidad... de los sueños cumplidos.


El tiempo se fugó sin pedirles permiso y, tras veinte años, la pareja, con dos bonitos hijos, sigue esperando el oro verde que crece escaso con mucho trabajo, la libertad del ciudadano que respira tranquilo por las calles, y la felicidad... Aprendieron que la felicidad no estaba en aquellas tierras sino en ellos mismos, y que los sueños que tuvieron tantos años atrás seguirían siendo prohibidos.


1 comentario:

  1. Me parece que refleja muy bien esos sueños idealizados que tienen muchas personas ante la imagen que se les da de esa sociedad y finalmente terminan por darse cuenta de la realidad.

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