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viernes, 21 de octubre de 2016

¿Qué sería de todo?

¿Qué sería de la vida sin sueños a los qué aspirar?
Sin ambiciones, sin ilusiones
sin ningún puerto al que parar.

¿Qué sería de este mundo sin retos
que en una hoja en blanco escribir?
¿Qué sería de todo si aquel todo ya estuviera en nuestro existir?

¡Qué seríamos sino mediocres,
cartón mojado,
conchudos trapos,
que sin merecer han conseguido
el todo en un instante,
fugaz,
maldito,
vacío!

¿Qué seríamos sin ser seres pensantes?
¿en libertad?

sábado, 8 de octubre de 2016

Retrato de un hombre peinado

Era un hombre de cuerpo robusto, fuerte, con la altura suficiente para intimidar a hombres de generaciones pasadas. Caminaba siempre erguido, cuidadoso en sus movimientos, como si temiera que la rapidez del silencio arrugara su elegante americana azul.
Quizá queriendo dotar de cierto carácter informal a su vestuario, sin haberlo conseguido, llevaba unos pantalones de color beige claro, casi blanco, y una camisa del mismo color ligeramente desabrochada en la parte superior. Incapaz de ocultar su elegancia, la americana azul dejaba al descubierto una franja blanca asomar por ambas mangas.

A pesar de ser tan llamativo su dandinesco vestuario, cabe mencionar que el toque final de clasicismo en su persona residía en su rostro. Serio, sin temor alguno al tiempo, una barba blanca, brillante, magnífica, descansaba como lo haría una noche nevada en el alféizar de una casa. Sin ser demasiado larga, reposaba, frondosa, bajo un espléndido bigote. El bigote, tan limpio como la barba, presumía un estilo modoso, casi pomposo, cuya caída a dos aguas chinescas recordaba a los grandes emperadores de Austria. Era un firme llamamiento a épocas de otros vientos, al valtz de lujosos vestidos, a la pasión, a las letras, al pensamiento, a los sueños, a menudo inciertos.

Su cabellera, escasa, en contraste con la barba, había sido relamida por alguna caricia de algún par de dedos gruesos, dejando a su paso la plateada firmeza de un rizo aferrarse a la nuca, escapando, con misterio, del brillo de la frente y del movimiento espiral de la coronilla.

De tal modo aquel hombre se paseaba por la ciudad, entre vagones y asientos de autobús. Y con él, un sobre grande, de ese papel marrón arrugable, tan dispuesto a guardar secretos como verdades gritadas a cuatro voces.

sábado, 1 de octubre de 2016

Tras unas largas vacaciones

Los vagones vuelven a estar llenos, como si nada hubiera pasado, como si el verano, que se despide en resquicios, jamás nos hubiera visitado. Personas, que vivieron aventuras pocas horas antes, callan su entusiasmo y, ensimismados en los recuerdos que azoran su mente, no se ven siquiera tentados a sonreír.
Yo los observo, atenta, en un vehemente deseo por robar un descuido de aquellas almas soñadoras ancladas en el arrecife de alguna playa abandonada. Mientras tanto, los pájaros saludan a la mañana con una bella canción que, sin descanso, entonan con tal melodía, tan bella, como cada día. ¿Vacaciones? no han tenido ¿para qué? ¿por qué? ¿de qué tendrían que descansar? No encuentran excusas, ni tampoco las buscan, para encubrir las notas de su oda a la vida. Valientes marchan, sin miedo alguno, abandonando su libertad en un tifón apasionado de alegría.

Cuando las últimas miradas de cálida luz despidan al horizonte bajo el cielo cada vez menos azul, las sombras se acercarán sigilosamente a los pies de quien aún busque estar despierto.
Los pájaros, cuya única debilidad encuentra temor en el brillo de misteriosa luna, reposan sus cantos plácidamente sobre aquellas ramas que se convierten en horas, sin percatarse del leve susurro del viento bajo sus plumas; ni del estruendo del tiempo cambiando de lugar, desgarradora furia, ladrón de voces que arrancaría, en forma de sombras, los mejores halos de luz de innumerables almas.

Los vagones vuelven a estar llenos, como si nada hubiera pasado, como si el verano, que se despide en resquicios, jamás nos hubiera visitado. La luz que brillaba en su par de ojos se ha secado, y aquellas bocas que ayer comían entre sonrisas, parecieran haberse borrado.
Y vuelve la noche, y vuelve el día, pero las sombras aparecen en ambas esferas sin apenas manifestar su presencia. Sigilosos, como su liviana esencia, abrazan las piernas de cualquier individuo que lo acepte como huésped. No son ni siquiera horas las que necesitan, minutos bastan, a veces incluso breves segundos, instantes, para poseer por completo a aquel despistado que permitió la entrada a curioso ser. Roban sin piedad, chupándoles la vida desde dentro, dejando multitudes de momias infames a las que sólo les queda un traje de negro grisáceo que vestir, un viejo reloj tuerto y un rostro sin nombre. Miedo, piedad... atrapados en la muerte hasta que el calendario vuelva a clamar el descanso de unas largas vacaciones.

miércoles, 15 de junio de 2016

La poesía perdida

Hastío. Soledad. Frío. Incertidumbre. Vacío.
El alma inhabita y el cuerpo abandonado tirita congelado. Se ha ido sin decir adiós, no hubo un último mirar con compasión. Quizá ni ella misma tenía pensada su partida, partiría en un arranque de ira. Sin más se fue y nunca supe el porqué. ¿Qué es de esta oscuridad que me rodea? Amor vacío, amor sufriente, amor dolido, amor sin nombre.

Un día más, y como siempre, el papel clama su deseo por ser escrito. ¿Qué puedo decirle? Si me quedan solo nubes y borrones de tinta negra. Me ha dejado, sin más, sin ningún atisbo de remordimiento. Y es que sin ella me queda solo escribir cuencos vacíos, hambrientos de una dignidad de la que hoy carezco.

Dime, lector que sufre estas secas palabras, ¿algún día volverá? ¿Se acordará de mí acaso allá donde esté? ¿Recordará nuestros buenos momentos como lo hago yo hoy ahogada en melancolía?

Dime, lector impaciente, ¿qué será de mí? ¿La esperaré para siempre? ¿Seré lo suficientemente valiente? ¿o me venderé con el mejor postor para calmar mi sed?, para colmarme de dichas de cartón pintado.

Me pregunto, lector, si tú te irás también, o si en cambio querrás emprender la búsqueda conmigo.
Si te vas, no te culpo, eres el único que goza de libertad. Si te quedas, compartiremos el último rayo de esperanza como se comparte el último trozo de pan en la mesa.

¿Sabes? Pienso que quizá ella se fue por celos. Lo nuestro, que era un amor compartido, quizá era también un amor prohibido. Pero en cuanto la encuentre le hablaré de gorriones y silencios bellos. Dime tú, lector, qué harás para ayudarme... si es que prometes no dejarme. Quizá en el camino encontremos a las musas que me regalaron a este amor perdido.

miércoles, 8 de junio de 2016

Crisis por un mañana

El ritmo de la lucha por la libertad rema contra la tempestad. Nuestros sueños parecen perder la esperanza y se debaten entre agonizar en la eternidad o morir. Una mirada ardiente de la más dura tiranía empuja nuestros pechos hacia el suelo húmedo de tablones podridos. La sal ya no irrita nuestros ojos, pues han perdido ya la mirada al amor.

En el momento más inoportuno para todos algo sucede en el corazón de este barco y el control parece perderse entre las profundidades de un oscuro mar. Quisiera preguntar a la tempestad dónde quedó el valor que en un pasado aprecié. Quisiera preguntarle dónde perdí este coraje que apretaba mi corazón y mis riñones. 

Pasan los días, pasan los años. En silencio.

Dan las 12 y la ira se levanta contra mí, me levanta del suelo y me aleja de la cobardía. Muchas lágrimas de verdadero ardor derramo hoy con la promesa de secarlas con la vista hacia un mundo mejor. Un mundo dibujado por mí, animado por mí, cuyos árboles se alimenten de la desesperación que hoy siento para después crecer en flores dulces de color.

Hoy amo el día de hoy cuando odié el día de ayer. ¿Qué será del mañana? No lo sé. Esperaré a que sea el hoy quien me lo diga, mas por ahora decidiré no rendirme a los brazos del perverso mar que me arrastra hacia él con mentirijillas de amor turquesa.

Hoy amo la libertad que grita la furia de aquellos hombres que quedaron atrás. Hoy amo el resplandor de aquel susurro, porque brilla con la esperanza de una furia de amor, la furia que levanta al pueblo unido como nunca ante un mismo sueño soñado una noche en una canción antes de que saliera el sol. Y es por el ritmo de esa lucha por la libertad que me tranquiliza saber que un día de estos conoceré al amor que me hizo libre un día como hoy.

miércoles, 1 de junio de 2016

Sin telón

Tuve una vez un sueño en el que dos caretas colgadas del escenario reían a carcajadas. Se acentuaban de un modo grotesco las arrugas que decoraban sus ojos y su boca negra sin dientes. Las dos, unidas por un lazo negro, reían y reían sin parar, y de pronto el patio de butacas estaba lleno de sombras que estallaron en carcajadas también. En escena, un solitario ciervo luciendo una cornamenta espectacular con dos coronas que relucían de un brillante dorado. El inmenso tocado del animal protagonizaba la escena, mientras los dedos acusatorios del público lo acorralaban.

Me parece que pasó una hora, o minutos tal vez. El escenario se quedó totalmente a oscuras pero las carcajadas aún se oían. Un rayo de luz demasiado denso entraba por un cristal viejo, empolvado y grasiento, de un tono verdoso. Se posaba sobre el lomo del rumiante, disolviendo en viento sus astas, transformándolo en cordero.

Sin emitir el menor sonido de queja, la sangre empezó a salir a borbotones, manchando de rojo la lana que hacía un segundo brillaba como la luna brilla en su esplendor. No tardó demasiado en dejarse caer por la debilidad de la sangre perdida. Entonces el público calló y se sumergió en un silencio sepulcral. Las arrugas de las caretas se volvieron tristes, estáticas, mudas. Las lágrimas chorreaban por las cavidades de sus ojos vacíos como la muerte y pregonaban un amor indescifrable tan lejano que se podía sentir la angustia destilar por su aliento macilento.
Aún no exhalaba su último pensamiento cuando la multitud se apresuró a subir al escenario para devorarlo, cual animales.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Paseo por la luna

Paseo por la luna. Su arena blanca y plateada me besa los pies sin esperar que de mi boca salga un silencio. Respiro hondo y puedo sentir todos aquellos anhelos cantar la belleza de la magia de sus sueños, y de sus pasiones.

Hoy es miércoles, mitad de semana, y miro atrás. Me parece haber triunfado en mi paseo por la luna. Fueron muchos los que intentaron tantas cosas y fallaron tantas veces, que me desanimaba en creer que yo, siendo la más pequeña de todas, pudiera alcanzar cumbre tan alta como la luna. Y, sin embargo, aquí estoy. Corrí muchas veces, salté muchas veces, trepé por los árboles más altos... recé por obtener el secreto de los pájaros, lloré y desesperé, quise rendirme tantas veces, desistir de sueños tan altos. Y, sin embargo, aquí estoy. Aquí estoy y es ahora la luna la que me pide que me quede, intenta convencerme haciendo mimos a mis pies con aquellos sus labios plateados tan suaves.

Paseo por la luna, y en mi paseo he encontrado muchos espejos que me muestran mi rostro reluciente y cansado al mismo tiempo. Todos ellos corrieron y saltaron, treparon también por los árboles más altos. Hubo algunos que no tardaron mucho en encontrar la puerta que los llevaría a alcanzar la luna, y en su trayecto tanta gente los alabó que se creyeron superiores al resto del mundo. Hubo otros a los que les corrieron gotas de sangre por la frente, gotas de sufrimiento que siempre admiraré por el miedo que me produce mirar un sufrimiento que a mí no me costó mi esfuerzo.

Paseo por la luna, y en mi paseo los espejos cada vez brillan menos. Algunos se han hecho pequeñas casetas de arena blanca y plateada donde comer y vivir, pero mientras más se empeñan en construir castillos de arena, más brillante me parece el sol, estrella dorada y más lejana aún que la luna. 

La luna se ha llenado de caretas, caretas de cartón que me parecen tristes y grises. La arena de esta luna me parece ya cenizas de sueños aburridos y cansados. Miro el sol como un sueño dorado. Y ya no paseo por la luna. Ahora hallo la manera de correr, saltar e inventar los árboles más altos para alcanzar aquella nueva luna dorada que me ciega a cada intento por descubrir su belleza.

jueves, 19 de mayo de 2016

En una botella

Se me achica el corazón y quisiera meterlo en una botella.
En una botella de cristal, quizás, de la que no pudieran escaparse las lágrimas... ni los recuerdos.

Llegué a este navío sin timón ni ancla que pudiera ofrecer al mar,
llegué en un día nublado y extrañé los días dorados de mi tierra natal.
Y así, temblorosa y al mismo tiempo deseosa de ver en mis ojos los retos soñados,
encontré a tantas mujeres,
resplandecientes como el sol,
tan bellas como la luna.

No sé si fueron sus sonrisas las que me cautivaron,
quizá alguno de sus pensamientos dorados.
No sé si sería la admiración de aquellas manos,
fuertes como la tierra de la que nace el roble tan esperado.

Quizá fueron aquellos ojos valientes,
quizá las lágrimas ardientes,
o quizá sus voces de amor aprisionado.

Y la verdad es que las palabras se me quedan cortas para pintar aquellas almas,
porque no me basta el rosa con el que seduce la sonrisa de Sandra,
ni el color azul supera a Bertha en sus tan divertidas gracias.

Quisiera pintarlas verdes,
o de algún color alegre para cantar la música de Ariana,
de algún rojizo quebradizo que pintara la fortaleza de Jara.

Quizá para mi buena amiga Karol tomaría prestado el cobre de sus ojos dulces,
quizá un poco de brillo para ver sonreír de Sole sus pequeñas ilusiones,
y por qué no también un corte de elegancia para las cenas al despuntar el Alba.

He aprendido muchas cosas y todas me las llevo a una nueva vida,
una vida sin ver a ninguna y sin embargo de pensarlas una a una.

Se me achica el corazón con todos estos recuerdos,
y ojalá, quizá en un futuro cercano, tantos colores se reúnan otra vez,
pues el cielo no es lo suficientemente bonito si no presume de naranjas, azules y rosas.

Prometo que el día de hoy meteré a Londres en una botella,
en una botella de cristal, quizás, de la que no puedan escaparse las lágrimas... ni los recuerdos.

jueves, 12 de mayo de 2016

La mentira de la poesía

Me pediste un poema de la luna, sin saber que ésta había perdido su candidez.
Me pediste un poema de las montañas, sin saber que eran labios de mujer.
Me pediste un poema de algún atardecer, sin saber que sus colores eran robo de tu tez.
Me pediste tantas cosas que no podías ver...

Y no llores por creer que no te quiero en tu inocencia.
Con tus ojos dormidos, con tu boca torcida...
No llores por creer que te oculto las verdades con mentiras
pues ¿qué es verdad y qué es mentira?

Si han sido mis mentiras las que cubrieron de plata el cielo gris por el que llorabas,
las que cubrieron con flores el frío de tu cuerpo en una atormentada primavera,
Si han sido mis mentiras la causa de que hoy me mires de la forma en que me miras,
y que bajo aquella mirada se adorne tu rostro con una dulce sonrisa...

Si fue todo aquello obra mía y de mis mentiras,
no me prohíbas mentirte,
porque mentiré una y mil veces siempre,
por ser la mentira tu sueño y la realidad tu pesadilla,

y en ilusiones perfectas quisiera ver siempre
sumidos aquellos ojos olor canela
que con su brillo me regalaron realidades distintas,
de ilusiones que juntos hayamos compartidas.

jueves, 5 de mayo de 2016

La frontera

A esas horas en las que la noche inunda las calles para esconderse del silencio, soplaba un viento frío y tímido que asustaba a los coyotes.
En estos paisajes tan hostiles se espera que todo habitante, en caso de que los haya, se refugie si lo encuentra la noche y espere con paciencia el amanecer, bajo riesgo de sufrir sentencia de muerte por intentar buscar la libertad en parajes prohibidos.

A aquellas horas por aquellos parajes irrumpió un camión de mercancías que, si bien no era discreto el violento runrún de su motor, intentaba disimular al menos con las luces completamente apagadas, para evitar ser atrapado entre miradas indiscretas uniformadas.

Así, en la mitad de la nada, el conductor apagó el motor y un minuto de silencio se ofreció por la sangre silenciada al sonido del cañón de fantasmas pasados que habían caminado bajo aquella misma noche sin luna.

Se abrieron las puertas traseras del camión de hojalata y empezaron a salir sueños y esperanzas con casi no más equipaje que lo puesto. Solitarios, en parejas o en familias se agruparon y el conductor no les ofreció más ayuda que unas palabras de buena suerte. Desconcertados y desorientados, con la piel de un erizo, se tomaron de la mano y se lanzaron al vacío. La adrenalina sería tal vez lo único que los mantendría vivos.

Pronto se empezaron a escuchar las voces, ladridos de perros y fugaces movimientos de lámparas. No había mucho dónde esconderse. Lo que fue perjuicio para unos fue salvación para otros. Al final, del grupo de diez que había bajado del camión quedaron solo dos, dos que en un par de meses serían tres. La mujer, que se había encariñado con otra madre del camión, le regaló un último vistazo de despedida, una mirada lastimera que prometía acordarse de ella en las nuevas tierras. Y echaron a correr.

Corrieron sin mirar atrás hasta que atrás también dejaron la frontera. ¡Lo habían conseguido! Habían conseguido llegar a la tierra del oro verde, de la libertad y de la felicidad... de los sueños cumplidos.


El tiempo se fugó sin pedirles permiso y, tras veinte años, la pareja, con dos bonitos hijos, sigue esperando el oro verde que crece escaso con mucho trabajo, la libertad del ciudadano que respira tranquilo por las calles, y la felicidad... Aprendieron que la felicidad no estaba en aquellas tierras sino en ellos mismos, y que los sueños que tuvieron tantos años atrás seguirían siendo prohibidos.


miércoles, 27 de abril de 2016

Nos dejaron las lágrimas a los escritores

Navego en una isla gris buscando gaviotas, porque tras un tiempo me he percatado de que el cielo ya no busca esa estrella de deslumbrante sonrisa a la que los del sur amamos tanto en un tiempo que ya es lejano. No la busca ni la encuentra, no la extraña ni la desea, y yo, mientras tanto, busco alguna gaviota que sobrevuele el río o algún edificio, en un vago intento de acariciar sus alas blancas con la mirada y convertirla en luna diurna para contarle mis días con todas sus penas.
No me arrepiento aún de lanzar el ancla en esta isla porque tal vez sea esta la única ventana que tenga en mi vida por la cual contemplar el brillo oscuro y tímido de una tristeza. Porque es realmente la soledad el mejor amigo del hombre pero mi alma no puede evitar huir de ella, como aquella vulgar y cobarde ninfa que se escondió en un marmóreo bosque.
Allá, en el lugar donde jamás se pone el sol, no hay lugar para silencios, más solo aquellos aprisionados por un beso. Allá mis risas me estorban y me roban tiempo para mirarme en el espejo, y es que al final es la boca la que resulta más traicionera.
Nos dejaron las lágrimas a los escritores, porque solo nosotros tragamos su sal dejando un sabor dulce.
Nos dejaron las lágrimas a los escritores, porque de sus hilos negros podemos tejer telarañas de colores.

Nos dejaron las lágrimas a los escritores mil y una veces, pero mil y una veces las sequé, porque ese dulce a veces me sabe amargo y esos hilos se me enredan en desvaríos. Pero ahora que todo lo que encuentro en este frío es gris y hastío, no puedo negarme a recibir las lágrimas de mi callado tormento ni el de tantos, porque todas gritan ya a una voz con voz distinta que andan buscando alguna de aquellas gaviotas.

miércoles, 20 de abril de 2016

Leer el título hasta el final

En la cólera de los titanes fui encomedada a guardar secretos. El más grande de ellos era tan ligero como un suspiro, pero de una oscuridad extraña que hacíalo sentir denso e impenetrable. Así, el rey de los señores me susurró al oído aquella sombra venenosa. Como buena esclava, lo acepté abriendo mis oídos, pero mi buena voluntad no había sospechado que aquellas dos palabras de labia tan seca pesarían tanto en mi interior.

Pasaron los días y fui convertida en obsequio para la nueva especie, para la más privilegiada. Y en los ojos de aquellos seres tan increíblemente peludos de cara, cabeza y pecho, podía observar el asombro que mi belleza suscitaba en ellos, una admiración lasciva que envolvía mis curvas y los rubíes que decoraban cada trazo de ella. Hasta entonces, que había estado celosamente resguardada en la cámara del rey desde el momento de mi creación, no había padecido tan incómodas miradas sobre mí y me asustaba encontrarme presa cercana de algún ambicioso emperador; sin embargo, en pocos días aquellos hombres dejaron de prestarme atención en cuanto se sumergieron en su día a día de perpetuas sonrisas. 

Pocas semanas después fui nuevamente limpiada y presentada como obsequio. Esta vez a una mujer. Su admiración, a diferencia de aquellas repugnantes anteriores, era sincera, pura, sin deseos ni malas intenciones. Acariciaba los rubíes como los demás, pero su insistencia se proyectaba sobre mi corazón, un túnel hondo y oscuro que desarmaría los secretos del universo que tan vehementemente se me habían revelado para callar desde la creación. Día y noche vi cómo esta mujer, la única en toda la aldea, sufría los golpes y humillaciones de los otros por creerse más fuertes. Vi a la mujer ser ordenada callar, la mayoría de las veces, o bien hablar, para entretener a los huéspedes. En sus amargas lágrimas comprendí su soledad y el deseo de sentirse amada. Tan intensas eran estas dos desgracias, que cada noche se acercaba a mí de puntillas para no despertar al que durmiera en su lecho aquella noche y me hacía su confidente. Era mi deseo reconfortarla, acariciarla con palabras dulces y susurros bondadosos, de presentarle un mundo nuevo que le dibujara la más bella de las sonrisas aunque este mundo aún no estuviera preparado para ella; pero por mucho que quisiera, yo tampoco era dueña de mi destino ni de mi voluntad, tan solo una esclava mandada callar.


En una noche de inverno en la que uno de aqullos brutos quiso entrar en calor, la mujer vino a mí como de costumbre pero con el cuerpo ensangrentado de dolor y con el alma vacía. Esta vez solo quiso sentarse a mi lado, mientras que mi curiosidad por conocer su calvario me atormentaba. 

¡Quién hubiera dicho que el silencio podía ser tan mordaz!, tan destructor de vida, tan devorador de almas. Parecía más bien una existencia inerte, un simple cuerpo de carne seca y gris. Quise reanimarla y fue tan grande la intensidad de mi deseo que olvidé la prohibición. Hablé, y para ello me abrí casi sin pensarlo, y no pude retener los secretos que habían dormido en mi interior por tantos milenios. Hablé y hablé y hablé y la furia se levantó en el recinto y se propagó por todo mar, tierra y creación.


Título: La caja de Pandora

P. D. Aquella misma noche se encontró el cadáver de Pandora a los pies de la cama. Se dice que ante la infelicidad vivida regaló su último suspiro a aquella caja, quien guardaría por siempre el alma sufriente de aquella joven tan injustamente incomprendida. La aldea crearía la mentira de que aquella mujer tan desdichada había abierto la caja en un acto de maldad condenando al mundo entero a vivir su infelicidad; sin embargo, aquello era tan solo una excusa barata para liberarse de su responsabilidad.

miércoles, 13 de abril de 2016

El joven perdido

Me embarqué en un navío en busca de lo que poetas malditos habían encontrado sus musas: orquídeas y otras flores aparatosas, esencias exóticas, extravagantes colores y la gloria en sensaciones que prometían el elixir de una vida quizá fugaz, pero de un continuo y necesario desahogo de emociones.

Descubrí auroras que jamás había visto antes, placeres diversos revistieron mis pieles y supe ignorar lo que pensamientos antiguos ya caducos intentaban secar en este nuevo universo. Sabores inauditos inundaron de besos mi boca y muchas veces noté deshojarse al mismo tiempo la savia verde y blanca de mis venas. No me importó.

Hoy quiso el día presentarme a un joven aún más joven que yo, con un barco más desgastado que el mío. Adorables pecas añoraban una inocencia recién olvidada.
Me regaló abiertamente a mí, una desconocida, una sonrisa amplia de oreja a oreja presidida por unos ojos más vacíos que los de la misma muerte. Y en pocas palabras compartió entre bromas un pequeño hilo de desesperación por querer dejar aquel vicio que empezó siendo la consecuencia de uno anterior.

Fue en aquel chico, a quien quise adoptar como mi nuevo hermano, en donde las auroras me llovieron en cenizas y en donde mi cuerpo de rocío fresco resultó estar seco por carecer de trascendencia, la fugacidad ya no me pareció arte sublime, sino podredumbre en hambre viva. La hipocresía de esta belleza seguirá siendo poesía para muchos, para mí incluso, puesto que el poeta es esclavo de cualquier belleza; pero no habrá momento ya en el que esas manos suyas que han pasado por tantos me acaricie mis negros cabellos largos.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Amistad en la red (2a parte)

---Segunda parte, continuación del 16 de marzo---

Para sorpresa de ella, Jaime aceptó que era momento de conocerse presencialmente sin demasiada dificultad, e incluso escribía con palabras de entusiasmo; sin embargo, mientras que ella habría preferido verlo tan pronto como al día siguiente, él se negó y sólo aceptó que se vieran el 23 de marzo, 3 semanas después de lo que ella habría esperado. Día a día la impaciencia le comía las uñas y demasiadas veces habían sido ya las que ella le había preguntado el porqué de un día tan específico y no cualquier otro.

          - Así será como realmente nos tendríamos que haber conocido - respondía él siempre.

Finalmente, el 23 de marzo llegó y ella no podía sofocar los fuertes latidos de su corazón que la agitaban desde la madrugada. Jaime le había dado una dirección que ella tuvo que buscar en Internet para saber cómo llegar, y con alegría averiguó que un autobús la podía dejar en la entrada.

Calle de los Mártires nº 2, 12 A

Así, sin demasiado esfuerzo, el autobús la dejó en una calle silenciosa y tan sola que parecía que estuviera abandonada. La aplicación de su móvil le indicaba que había llegado a su destino, pero lo que veía delante de ella no cuadraba con sus expectativas de encontrar alguna especie de edificio o construcción. Lo que había delante de ella era más bien un parque enorme de árboles muy altos. Entró y buscó la señal 12 A. Su cabeza no dejaba de bombardearla con ideas absurdas de sorpresas, secretos y misterios o de alguna broma siniestra.

          - 12 - leyó, y se detuvo. Se metió por el estrello pasillo que anunciaba el pequeño letrero y, tras un largo camino de más árboles, encontró una primera entrada señalizada con la letra "A". Dentro, una cruz de madera podrida, agujereada y corroída presidía la escena. Entre el desorden, una gran losa cuarteada se sujetaba al suelo con una frondosa mata de hierbas secas. Tras una fina capa de polvo, se podían vislumbrar unas letras. Con curiosidad, se acercó a leerlas.

Un nubarrón atravesó su mente y llenó su boca con aguas de tristeza al ver el nombre "Jaime González Pérez" escrito en piedra. Con cierta dificultad motora acercó un poco más sus temblorosas piernas delgadas, y con mayor lentitud de la deseada limpió un poco el polvo de la losa.

Encendió la pantalla de su teléfono móvil y buscó el perfil de su amigo. Un escalofrío recorrió toda su columna vertebral de abajo a arriba y erizó en punta los pelos de sus brazos y su nuca.

"Jaime y tú son amigos desde el 23 de marzo de 2015", decía alegremente la red social, mientras sus ojos, abiertos como platos, leían la misma fecha en la lápida a sus pies. 

Tras una larga pausa, la vibración en su mano la despertó un momento y encendió instintivamente la pantalla: "Jaime González Pérez se ha conectado".

miércoles, 16 de marzo de 2016

Amistad en la red

Aquella canción que había cantado y bailado tanto en un pasado lejano le perforaba hoy las sienes con crudeza y no podía evitar sentir ese calor carbonífero de ira levantarse en el interior de su cuerpo hasta su garganta.

Sin delicadeza alguna, dejó caer y deslizar con brusquedad su dedo sobre la pantalla luminosa, tras lo cual la irritante melodía enmudeció. Por un momento olvidó lo que la rodeaba y dejó que su nariz absorbiera la suavidad y ternura de la almohada hundiendo su cabeza en ella. 

Minutos después, los borrones de la noche se habían disipado, y antes de poner pies en tierra se acercó al rectangular espejo negro y lo encendió. Observó con una cosquilla alegre la noticia de haber recibido una petición de amistad en su preferida red social; sin embargo, después de que su pulgar hubiera abierto con gran agilidad la ventana con la notificación, descubrió que aquel pretendiente de amistad era un completo desconocido para ella. Su nombre leía "Jaime González Pérez" y su foto de perfil mostraba tan solo una silueta gris que por defecto recibían todos los usuarios nuevos. Como buena profesional en el tema, indagó en su información de contacto, pero los recuadros en blanco no daban pista alguna sobre aquella identidad. Sin darle mayor importancia ni sopesar la decisión un segundo más, lo aceptó en un click.


Los días pasaron sin respeto al tiempo y las flores empezaron a brotar en los campos, las hojas recubrieron las ramas de los árboles y el sol visitó con mayor frecuencia las calles. Como buena adolescente, decidió enterrar los dramas y amoríos vividos durante el invierno para empezar a vivir otros nuevos más intensos como preparación de cara al verano. Nuevas discusiones con los padres, fiestas y venganzas con las amigas, mariposas verdes con los chicos guapos nuevos... y por supuesto, también algún tipo de responsabilidad mínima en el colegio. Así, después de tantas cosas vividas y por vivir, el primer mensaje le llegó por sorpresa:

            - Hola - le había escrito el tal Jaime González Pérez que ella difícilmente recordaba. Por esta razón, no le pareció mala idea responderle: - ¿Quién eres?
            - Un amigo - se apresuró a decir la silueta gris. Y, sin darse cuenta, aquel desconocido que había callado durante tantos meses se convirtió en pocas semanas en ese amigo que le había prometido en aquella respuesta.

Ella había preferido no insistir demasiado en pedirle información para desvelar la incógnita de su identidad, pues él parecía tener siempre una buena excusa para negársela y ella terminó aceptando el reto de mantener un secreto, un reto de imaginar mil posibles rostros a su amigo desconocido. 

Siempre estaba conectado para ella, para que pudiera contarle sus alegrías y sus penas. Muchas veces mantuvo conversaciones de madrugada contándole sus intimidades más ocultas, haciendo que cada día creciera más grande la certeza en ella de que aquella relación jamás terminaría, pues él se había convertido en la persona que más sabía de ella en este mundo. No era tanto una cuestión de haber compartido como de saber que no se puede dejar viva o libre a la persona que ha descubierto todas las entradas a tu talón de Aquiles.


Las hojas se habían secado una a una y el viento las arrastraba por las calles en montón, sin la menor distinción. Y mientras más grises amanecían los días, más tiempo pasaba ella preguntándose sobre el color del brillo de los ojos de Jaime, pero un día con cierta molestia se percató de que lo que ella pensaba que se trataba de una amistad correspondida había sido tan solo una ficción creada por Internet y su cabeza pues, a pesar de que había pasado ya un año, ella sabía tan poco de él como cuando vio por primera vez su nombre. Se propuso entonces, a toda costa, conseguir acordar una cita para ver, cara a cara, a Jaime.


---Continuará el miércoles 23 de marzo---

¿Puedes prever el final?
Déjalo en los comentarios

miércoles, 9 de marzo de 2016

Ángel de la noche

La oscuridad había cobrado vida e inundaba cada esquina y cada callejón de la pequeña ciudad. No quedaba más que la luz vacilante de un faro, temeroso porque sus compañeros lo habían abandonado; sin embargo, aquella escasa luz solo era capaz de iluminar a ratos intermitentes un círculo en torno a él, leves destellos rozaban apenas pequeños trozos de cristales esparcidos por el chapopote negro. Podían intuirse unas sombras altas, seguramente casas, pero muy poco probable era que albergaran vida de alguna clase; ni en las horas más dormidas la persona más valiente se atrevía a descansar en la garganta cavernosa de la Bestia.

Al siseo tartamudo del solitario faro se unió el crujir de los cristales rotos, el avance de un peso cálido, poco a poco, muy despacio. Incluso en aquella noche sin luna ni estrellas parecía que el cielo emitía desde la lejanía su creciente angustia por ver el rostro de aquellos pasos en la penumbra. 
El foco amarillo, como si escuchara su impaciencia, procuraba estirar su halo de luz, en vano.
Quisieron, después de minutos eternos, mostrarse la punta de unos zapatos negros al borde del círculo ambiguo; sin embargo, se detuvieron ahí, a la orilla, como quien se asoma sin temer al precipicio. Aquellas dos puntas; redondeadas, brillantes, perfectamente boleadas...
Arriba quiso asomar también una punta, la punta de una capucha, también negra.
Muerte, Oscuridad, Oscuro, Hood

¡Ángel de la noche, sombra traicionera, que sin vergüenza te apareces por estos rumbos, pisando las cenizas de tus remordimientos sin atreverte a mostrar tu rostro! No vistas de negro un dolor que no te hiere, tan solo dame un paso más para saber quién eres.

Se ha movido uno de sus pies de manera casi imperceptible y ahora se detiene nuevamente - ¿Quién eres? -

El segundo pie, como si no estuviera unido al resto del cuerpo, se adelanta y penetra en la mancha dorada, cada vez más deforme. Parece más bien que las sombras se hubiesen atrevido a invadir la escasa luz, victoriosas, y que intentaran dibujar una figura humana, cubierto el rostro con la impenetrable capucha, con sus pantalones negros a juego con la chaqueta, las manos en los bolsillos.

Y ante esta visión que se sospecha sueño o ilusión, la luz del faro finalmente se rinde y con un chasquido la noche devoró toda esperanza en tenebrosas tinieblas.

Un olor extraño rodea una atmósfera que se ha hecho pesada. No sabría definir de qué esencia se trata, una mezcolanza de tabaco, jazmín marchito con un leve toque amargo de cerveza rancia. No sabría ponerle un nombre, pero lo siento absorberse por mis fosas nasales, quemar mi garganta, mis pulmones, agitar punzante mi cerebro...punzante...mi cerebro...


Me parece que hoy será un día nublado, y creo que me he quedado dormida. Hace frío, y se escucha el frescor de las gaviotas sobrevolando la calle. Todo se ve tan... borroso. Sigue oliendo a tabaco, pero sospecho que el aire se llevó la cerveza rancia. Siento una tela rugosa y molesta en mi cara, pero a la hora de acercarme la mano para quitarla... no lo entiendo. Mi mano, torpe, no es capaz de encontrar mi cara. Sé que está ahí y la frustración me hace desear arrancarla. Está ahí, cubriendo la mitad de mi cara, tapándome la boca y la nariz también. Quiero pedir ayuda, pero me hace daño hablar, me duele respirar, la tela atrapa mi lengua y la enreda entre espinosos filamentos. Miro mis manos... pero no están, tan solo veo una especia de niebla oscura salir de dos mangas negras...

Me levanto del suelo y camino, sin saber muy bien a donde, por la carretera. Empieza a hacerse de noche. Las calles, como siempre, cada vez más frías, sumidas en silencio. Miro al cielo, hoy tampoco habrá luna. Doy un paso más y escucho el crujir de los cristales, tengo miedo de que me siga aquella sombra, pero no puedo gritar para pedir ayuda. Me acerco a uno de los coches que enmarcan la calle y asomo mi cabeza a un retrovisor para quitarme de una vez tan incómodo bozal. Se hace de noche y difícilmente puedo ver mi rostro, tan solo una niebla oscura cubierta a medias por una media gruesa, al fondo de una capucha negra...
      - ¿Quién eres?

miércoles, 2 de marzo de 2016

Georgina Hogarth



Su rostro, de quien ya ha sufrido los desvaríos del tiempo; con aquellos surcos que daban a esa piel frágil y blanca el aspecto de la cera que chorrea cuando el calor la ha tentado con besar su candidez. Sus ojos, cansados, no sabría decir si sabios, pero sin la chispa del niño ávido de conocer y descubrir la lluvia y el viento, sin el fuego del joven que se atreve a retar a los infiernos y a devorar insaciablemente experiencias y sentimientos. Un brillo, sí, como millones de diminutas estrellas, tan reluciente como el de ciertas lágrimas que se saben felices a pesar de luchar contra amargos remordimientos; con esa mirada aguda de quien ha visto a un Señor del Tiempo y; sin embargo, que ha comprendido que se ha perdido en el lugar de siempre que hoy de pronto se ha vuelto extraño.

Su cabello, que un día fue la envida colorida de tantas fiestas, ahora reluce entre grises y blancos, quebradizo y tembloroso, recogido a duras penas con un austero broche de color negro.

El largo camisón blanco que cubría su cuerpo la hacía verse aún más frágil y la asemejaba a un enfermo. Cualquiera que la viera ahora sola en caserón semejante juraría tratarse de una loca tratando de esconderse en un armario.

De pie, ligera como un fantasma, sostenía un papel de hoja vieja seca, ligeramente amarillenta. Cada letra sentíase acosada por sus ojos temerosos y, sin quererlo, abrazaba la ponzoña de la tinta negra que corría por aquellos versos. Su mano izquierda sujetaba el papel en una piel casi traslúcida de cierto tornasolado azul oscuro; un azul grave, el de la noche; un contraste frente a las piezas redondas de color turquesa que rodeaban su dedo, acariciándolo con apretones, rencores, murmullos de una noche y de un amor poco sincero.

Una historia, una leyenda, un pasado en boca de muchos, una mentira piadosa para asustar a los adultos. Una nube, quizás viajera, una noche bajo el altar de las estrellas, un ancla sin freno destinada a flotar y arrastrar moluscos por las costas de algún 'fin del mundo'.

Su dedo, el de la mano izquierda, parecía que se hinchaba al escuchar un siseo alto y vibrante escapar de las fauces que lo encadenaban. Estrangulaban en un intento homicida lo que años atrás había callado el mundo, y recordado la sangre fraterna.

En un silencio una traición, silenciada también la infancia compartida, y en cambio la melodía errante de una canción de haberse vendido al mejor postor. Y en su vergüenza el hoy le aparecía con nuevo rostro ante la muerte de aquel escritor que, por alguna razón, le había robado la vida y decidido su muerte el día de hoy.
Foto tomada por Karol Bernal Cortés.



[Nota informativa: Georgina Hogarth fue la hermana de Catherine Hogarth, esposa de Charles Dickens. Tras la separación del matrimonio, Georgina decidió quedarse con Dickens en lugar de irse con su hermana. Años después de la muerte de Dickens, Catherine le obsequió a su hermana un anillo de serpiente con piedras azules incrustadas como símbolo de su traición, lo cual ha inspirado este texto. Información tomada del Museo de Charles Dickens, Londres]

miércoles, 24 de febrero de 2016

El ser libre

Habíamos removido todos los arbustos, descubierto todos los rincones, esculcado todas las oscuridades, pero no quedaba ni rastro de aquellos hijos peludos de la noche. Su equipo la había abandonado pero ella se negó a hacerlo, su fidelidad por esas criaturas siempre había sido inquebrantable desde que el primero escudriñó su alma y le robó esa llama viva que solo los padres ceden a sus hijos. Ahora cada vez que veía alguno se sentía imantada a él, en una especie de admiración y a la vez de desesperación por desposeerlo de esa llama que le habían arrebatado. 

La sensación de vacío que llenó su cuerpo al verse rodeada de soledad fue inmensa. Con tanta fuerza la absorbió que no se dio cuenta de que oscuras nubes se habían apoderado del cielo y ahora llamaban con gritos terribles a los cuatro vientos.

Un trueno la despertó de su encantamiento para hacerla contemplar la furia devorar árboles y agitar las casas. Las puertas rezagadas se cerraron y solamente un rostro se atrevió a descorrer la cortina para asomarse por la ventana. Fue un rostro bello, aunque inocente, de un par de mejillas grandes  y acolchadas bajo un par de temblorosas lágrimas. Pero ella apenas lo vio de reojo y no pudo sentir su angustia, tan solo el aire fresco y nuevo penetrar en sus poros, agitar sus pestañas y apelotonarse en sus pequeñas fosas nasales. 

Pudo sentir, en cambio, el grito desesperado del viento apretarle el corazón y desgarrarle los oídos en dolorosos llantos, pero sus ojos no podían ceder el protagonismo a aquellos sentimientos porque, aunque fue directo aquel sufrir con su ser más interior, no podía ignorar la belleza de experimentar la fuerza de la naturaleza cobrar vida en su insignificante cuerpo.

Se trataba de algo inusual en aquella zona y que ella, sin duda, jamás había visto. Había visto pequeños soplos de viento arremolinarse para cosquillear piernas desnudas y arañarlas con piedrecitas de las carreteras, los había visto juguetear con bolsas plásticas de color blanco, los había visto también confundir hojas de árboles ya caídas, pero nunca había visto uno grande que asustara a las palomas y desordenara las ropas que colgaban de las ventanas. Éste, sin duda, se trataba de un señor más importante, de un recién llegado que no encontraba espacio entre tantas casas y edificios, de una furia más grande que no llegaba a convertirse en monstruo. 

El silencio había sido callado con el rumor de aquellos grandes soplidos, el cual se incrementaba al colarse entre estrechas aberturas y al girar por algunas esquinas. Ella miró al cielo con la boca abierta y sonrió de oreja a oreja, cerró los ojos y sintió todas esas caricias apasionadas agitar sus ropas...

Y abrió los brazos y empezó a correr. A correr por los jardines que comunicaban las casas, a saltar arbustos que delimitaban, a correr de principio a fin sin detenerse ni mirar. Y con la velocidad llegaron las carcajadas y la burla de verse libre mientras el resto del mundo se encerraba bajo temores y candados.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Un principio

Arbustos, encinas, hierbas secas...
Todo seco y espinoso a mi derredor, mientras mi falda deja al descubierto la piel de mi andar, confiando firmemente en que ninguna ramita filosa se atreva a rozarme, al verlas tan solo capaces de mirar de cerca el caminito sinuoso y asfaltado en un amargo naranja por el que caminan mis pies, desnudos. Unos bonitos faros victorianos iluminan el camino, lo cual me permite ver con claridad las intenciones de sus sensuales ondas, mas no el final al que deparan aquellas largas peligrosas. La luz de esos faros es lo único que discierne entre los claros y marcados espacios de la luz por la que deambulo y la densa oscuridad que inunda el resto del campo, una luz tenue que se ha atrevido a cortar el velo de esta noche que hoy sobrevive sin luna.

Me molesta tanto silencio, me parece ruidoso, irritante, vacío y agobiante, y tiene el poder para hacer eternidad cualquier segundo de mi tiempo.

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